Las entrevistas Brummel

 

Reza todas las navidades, en el anuncio de una famosa colonia para hombre, que es en las distancias cortas cuando uno se la juega. Y hoy no haremos una guía de seducción, pero sí hablaremos de lo más parecido a un encontronazo directo entre dos personas que se atraen: el empleador y el futuro empleado.

En realidad, la situación tiene bastante que ver con aquel anuncio y el misterio de un primer acercamiento intrigante. Para muchos, una entrevista de trabajo o de promoción es un evento marcado por la importancia de alcanzar una realización personal. Si añadimos la habilidad de gustar en el periodo más corto posible, descubrimos que existe una creencia mística de que solo quienes poseen un carisma arrollador se enfrentan a las entrevistas sin que les tiemble el pulso.

Y es aquí, sin bobadas de autoayuda ni motivaciones baratas, donde entra en juego la verdad más abrumadora: la inmensa mayoría de quienes se enfrentan a una entrevista se debaten entre la zozobra interna y la certeza de su aptitud (mayor o menor, pero aptitud a fin de cuentas).

Para decantar la balanza entre la duda y la seguridad debemos cimentar la segunda. ¿Cómo? Recordándonos (y resaltando a otros) nuestros puntos fuertes.

Fortaleza no significa arrogancia. Menos es más. Un objetivo logrado o una habilidad demostrable son datos más que suficientes por sí solos. Las comparaciones que añadamos después o regodearnos en nuestros éxitos son complementos que convierten nuestra eficacia en fanfarronería decorativa.

Evita dejar tus fortalezas en mal lugar. Insistimos: menos es más. “Soy tenaz hasta el extremo de sacrificar muchas horas de mi vida” es una estupenda forma de decir que somos desequilibrados. Aunque parezca buena idea, ningún entrevistador necesita afirmaciones así (y si lo hace, entonces el puesto no nos interesa, por nuestro propio bien).

Si queremos ahondar en nuestra fortaleza —algo que deberían pedirnos—, lo mejor es exponer un ejemplo constructivo y productivo en favor de todos. Siguiendo el ejemplo anterior, podríamos decir: “Uso cualquier recurso a mi disposición para conseguir mi objetivo” o “En mi anterior trabajo, me aseguré de que se cumplieran las condiciones personalmente, e intensifiqué mi esfuerzo en cuanto vislumbré la solución para conseguir el objetivo cuanto antes”.

Sin embargo, existen preguntas tan aparentemente capciosas como necesarias, destinadas a destilar nuestras debilidades. Y preparándonos para ellas, también alumbraremos nuestras fortalezas.

Carecer de habilidades sociales, excederse con la crítica, desconfiar o hablar por los codos son tenidas como fallas de carácter. Son conocidas y son naturales y cualquier entrevistador desconfiará de un entrevistado perfecto. Y precisamente por ser características conocidas, no hay razón para ampliarlas de más. Ceñirnos a mencionar nuestras faltas es la manera más sencilla de tenerlas a raya.

Claro que, una vez identificadas, lo suyo es reconocer cómo nos afectan esas debilidades. Y lo cierto es que es la parte más complicada. En esto de la distancia corta de una entrevista, el momento clave es cuando hablamos de cómo nuestros errores merman nuestras capacidades productivas. Afortunadamente, reconocer cómo funcionan nuestros fallos es el primer paso para aprender a superarlos.

Es justo a partir de ese momento donde nuestros deberes deberían estar hechos. La manera más sencilla de ganarse la confianza de un entrevistador honradamente es ser consecuente con nuestras observaciones. Si sabemos que la timidez nos complica la vida a la hora de establecer un trato excelente al cliente, y aun así estamos optando a un puesto con un trato ocasional de cara al público, nuestra mejor carta es estar trabajando ya en ese ámbito de nuestra personalidad. Si en cambio hemos dicho que nuestro problema es la verborrea pero estamos corrigiéndola corregirla practicando la escucha activa, no solo hablaremos sobre una debilidad, sino que tenemos la fortaleza para superarla.

Al final, debemos ser conscientes de que una entrevista no es cosa de dos, sino de los que están en la sala más todos los candidatos que no vemos, y precisamente ésa es la razón más contundente para tratar de afrontar la entrevista con lo mejor que tenemos: nosotros mismos. Con toda la clase que se aglutina en la honestidad y la tranquilidad de habernos ofrecido sin tapujos ni mentiras.

E independientemente de que consigamos el trabajo o no, podremos estar seguros de que saldremos de la entrevista y sí, nos la habremos jugado, pero nada nuestro olerá a podrido.

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