Asistimos últimamente a una depreciación del valor económico de la formación. Me gusta especificar que es económico, porque da la impresión de que las empresas y las personas están más concienciadas que nunca de lo importante y necesario que es la formación: para encontrar trabajo, para significarte de tu competencia, para ser más productivos o competitivos…
Sin embargo, pese al valor estratégico que la formación tiene en nuestras vidas, cada vez más se cuestiona su precio.
Queremos soluciones. Y además no las queremos en forma de pescados, queremos que nos enseñen a pescar para no depender de otros. En definitiva, queremos mejorar nuestras competencias por todo lo que a nivel personal y colectivo nos hace ganar.
Y lo que nos hace ganar es tan material como el dinero: acceso a mejores puestos de trabajo, ahorro por servicios que ya no tengo que externalizar, productividad al aplicar cosas que me han enseñado. Pero también hay mucha ganancia inmaterial: motivación, autoestima, autonomía, capacidad de decisión y negociación.
Son interesantes beneficios que además no se esfuman al terminar el curso. Más bien al contrario: se prolongan y amortizan durante años y años después del aprendizaje.
Pero queremos pagar lo mínimo posible por esos beneficios. Buscamos una transacción en la que por pocos euros me den soluciones vitales a largo plazo.
Parte de la culpa, no voy a pecar de no ver los errores propios, es de un sector que se ha visto intoxicado por personas y empresas que nada saben ni quieren saber de pedagogía o desarrollo de los recursos humanos. Personas y organizaciones que han visto un “filón” en las bonificaciones para vender: lo que sea y como sea. “Vampiros del crédito” que han convencido a los más incautos que por menos de 200 euros se puede aprender una profesión emergente, adquirir el dominio de una herramienta informática de alto nivel o mejor aún, convertirte en 15 horas en la persona que llevas decenas de años intentando ser sin éxito.
Seamos serios todos. Seamos conscientes de la importancia y valor de la formación. Seamos responsables, los que nos ganamos la vida en el sector, manteniendo un precio digno. Y seamos responsables como clientes valorando el retorno de esa inversión de manera proporcionada al precio que exigimos.