Como todas las preguntas sobre el determinismo, las opiniones son varias y diversas. Y siempre surge la postura “ni para ti ni para mí”, normalmente la menos discutible por equilibrada, que da igual peso a la genética que al entorno.
Pero sigue existiendo un valor instalado en el mundo empresarial más cómodo con la idea de que el talento (como muchas otras cosas) se tiene o no se tiene. Esta visión resulta poco constructiva por lo que implica si rascamos un poco más allá.
Para los poco talentosos, significa la rendición o resignación a unas carencias que no puede más que echar de menos. O bien instalarse en una comodidad del “para qué esforzarse si no tengo ese don”.
Para los talentosos, es una pérdida de mérito, el reconocimiento de una suerte que los ha dotado por azar con unas habilidades sin esfuerzo ni motivación. Simplemente estaba ahí y lo aprovecharon. Para algunos también será su seguro de que nadie le alcanzará y vivirán con la convicción de que nadie les pisará el terreno siempre que no se junten con otros talentosos.
Y para los gestores del talento es una marca, como un lunar de nacimiento, que buscan y compran sin pensar que un talento necesita condiciones para desarrollarse y crecer o queda absolutamente deslucido.
Lo mires por donde lo mires, me parece una visión que empuja a un modo de vivir muy conformista y poco motivador: centrarse en lo que se es, en vez de en lo que se puede llegar a ser.
Como filosofía de vida es más retadora y optimista la que apuesta por elegir un talento y luchar hasta conseguirlo. ¿Cómo? Con motivación, constancia, voluntad y FORMACIÓN.
La formación no es más que eso: dar forma. Dar forma a una persona para convertirla en otro yo, con otras habilidades, aptitudes y competencias. Y cultivar el talento requiere de formación.
Si cambiamos ese paradigma tan restrictivo, a uno más democrático del talento, los beneficios son rotundos.
Los poco talentosos no se resignarán, sino que lucharán por desarrollar aquellos talentos que les ilusionan. Eso les dotará de una energía y una autoestima que revertirá sobre una evolución mucho más sana. Y así de paso, abriendo la veda, aumentamos el nivel de talento por metro cuadrado en la empresa.
Los talentosos presumirían de su talento de una manera menos superficial, recordando el esfuerzo recorrido. Un talento será más apreciado y respetado por la cantidad de trabajo que lleva detrás. Despertando más admiración por parte de los demás y autoestima para el poseedor del mismo. Y bajo ese concepto de talento como resultado y no como causa, nuestros talentosos deberán mantenerse en guardia porque entenderán que su talento puede venir a menos si dejan de formarse y dejan que otros les adelanten.
Los gestores de personal dejarán de esforzarse para retener el talento que la suerte les ha llevado hasta sus manos para dedicarse a cultivar el talento oculto que hay dentro de las organizaciones, a regarlo y mimarlo para que crezca y se desarrolle.
Para muchos puede ser un cambio radical, pero seguro que muy positivo, pensar en el talento como consecuencia en vez de como causa.