Cuatro áreas que cuidar para cuidar nuestro trabajo

 

El entorno de trabajo es uno de esos escenarios en los que, consciente o inconscientemente, cualquiera comienza con una presión desmesurada por llevar a cabo sus tareas lo mejor posible.

Sin embargo, es fácil que en el lapso de uno a tres meses esa misma persona se relaje y comience a interaccionar con los de su alrededor como la persona que es. Eso es bueno —a fin de cuentas, dejar de preocuparse por aparentar permite concentrarse en cumplir—, aunque también revela hábitos personales que dinamitan la capacidad de desempeño.

Por eso, especialmente para esas etapas de ajuste, es bueno recordar y practicar unas pocas directrices que ayuden a empezar y, más adelante, a llevar a cabo la labor para la que nos han contratado o elegido.

Respetar lo básico

Es suficiente un “por favor” tras un “¿Podrías pasarme la grapadora?” para lograr a cambio un reconfortante “por supuesto, faltaría más”. Un “gracias” delante de un “por avisarme de mi descuido” tiende un puente cómplice en una situación que muchos convierten en un agravio.

Aparte están esas otras formas, dominio del sentido común: evitar olores fuertes, no hacer ruido (masticando, bebiendo, escuchando música o hablando por teléfono), conocer la sensibilidad y el sentido del humor del entorno, tratar de construir en vez de quejarse y destruir, y lo que en algunos círculos es tan complicado como pensar antes de hablar.

Esas formas cimentan relaciones, y esos cimientos son la clave para admitir errores sin avergonzarnos y afrontar crisis sin perder los papeles.

Planear con margen

La procrastinación es una actitud enraizada con saña en el ser humano. También es la más común entre los empleados inteligentes que saben que una tarea en concreto puede hacerse en un tiempo también concreto.

Sin embargo, ajustar los tiempos solo lleva a que los días y horas próximas a las fechas de entrega sean un hervidero de tensiones. Un avispero que evitaremos si nos acostumbramos a crear un clima en el que se fomente tener tiempo entre la finalización de un encargo y su entrega.

Obviar Internet

Twitter, Facebook, LinkedIn, el correo electrónico. O los Cuatro Jinetes del Apocalipsis de la Productividad.

Todo el mundo quiere ser social, estar a la última y saber qué sucede. Sin embargo, es fácil olvidar que al puesto de trabajo se va a, bueno, trabajar, y que por muy importante que pueda parecer lo que traigan los Trending Topics, el comentario de ese famoso/amigo/familiar o las Noticias de Última Hora, nada es tan importante (salvando, quizá, entrar en una guerra imprevista). No tenemos el poder suficiente para cambiar nada de lo que sucede en nuestras redes sociales, pero tenemos todo el poder del mundo para llevar a cabo aquello para lo que nos han contratado.

Internet mata la productividad, incluso en entornos altamente influenciados por la red de redes. Todo uso personal de Internet debería quedar para el tiempo de uso personal, porque recordemos que cualquier noticia que realmente nos afecte nos llegará por teléfono o en persona, de mano de un amigo, familiar o una institución sanitaria o policial. No news, good news, que dicen los anglosajones.

Y, por último, es importante recordar que la mala ortografía es a la comunicación escrita lo que el mal aliento a la comunicación verbal.

Son pequeñas cosas que podemos (y deberíamos) cultivar dentro y fuera del ambiente de trabajo, detalles que a menudo se nos olvidan con la familiaridad de las caras conocidas de aquellos con los que compartimos un tiempo profesional.

Particularidades que, una vez interiorizadas y aplicadas en el día a día —y da igual si desde el primero o desde el milésimo—, ayudan a crear un entorno mejor, que es la versión en miniatura de un mundo mejor, lo que siempre desemboca en ofrecer un producto o servicio mejor.

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